Una novela
gay escrita a finales de los locos años 20 (justo antes del inicio de la crisis económica
mundial que se llevó abajo el suntuoso gobierno de Leguía y puso fin a la República Aristocrática en el Perú) y solo unos
30 años después que Oscar Wilde (el gran cínico influyente, padre de los “te destruyo”
contemporáneos) había sido arrestado por sodomía, es de
por sí un atractivo poderoso. Que esta novela, además, sea peruana la convierte
en un Imperdible.
Es
realmente deliciosa la lectura, en un tono de parodia light tipo “Un mundo para
Julius”, del entorno gay NSE A de la época que sobrevivió a Abrahamcito Valdelomar:
El Palais Concert, el Morris, las céntricas calles (muy limeñas) de La Amargura
y Bodegones, el Country Club recién construido, el Club Nacional, el Club de la
Exposición, el Club de Tiro Bolognesi, los clubes de foot-ball, el Lawn Tennis,
las revistas Vogue y Cine Mundial, los cognacs, los piscos y las caspiroletas, los
Packards, Napiers y Citroen humeantes conducidos por sus chauffeurs, y los
valses, tangos compadritos, charlestons y fox trots salidos de fonógrafos Victor
amanijados.
Quizá
influido por las películas norteamericanas extremadamente heterosexualizadas,
invisibilizada completamente la homosexualidad debido a la censura que duró allá
hasta finales de los 50, mi imagen en blanco y negro de la primera mitad del
siglo XX es de la inexistencia del mundo gay o, en el mejor de los casos, de un mundo completamente enclosetado. Por eso no deja de sorprenderme tremendamente (pero
de una manera grata) encontrar en este libro una vida gay sumamente activa que
brinda a viva voz en el mismísimo Palais Concert (el centro de una Lima sin locales
de ambiente, sin refugios cobardes, sin ghettos) así:
“-¡El gran
Teddy. Yo, don Pedro, cultor del amor macho –la ciudad lo sabe– te saluda!”
(página 35)
Y luego, el mismo don Pedro, precisando ante
sus amigos reunidos en el Morris, lo que buscaría en París:
“-Lo mismo
ilustre don Pedro. Usted entra a un restaurante: dispepsia segura. Pide usted
vino: siempre es falsificado. Busca usted una mujer…
“-¡No querido!
Yo buscaría un doncel…” (p. 39)
Sin
embargo, son hijos de su tiempo: se emborrachan con cocteles old-Tom y champaña
en burdeles afrancesados, donde practican el sobrevalorado amor hetero en alcobas
con retrato de Gloria Swanson, bidet de fierro aporcelanado y “primus encendido
calentando una tetera con agua”. Y tienen enamoradas a las que les divierte su ambigüedad:
Beatriz
(divertida): “Tus ojeras son lilas ¿Es una creación tuya?”
Teddy
(atrapado): “No. Es un reflejo de tu traje…” (p.54)
Es un mundo
(otra vez desde mi visión de cinéfilo de películas antiguas) sorprendentemente tolerante
(aunque luego te das cuenta que hipócrita del tipo “pecado pero no escándalo”):
Carlos
Suárez Valle (sobre Beatriz): “…Usted viene a ser para ella el motivo de
envidia de sus amigas, y el muchacho agradable que baila bien, que es fino, que
es galante, que invita, y… ¡nada más! Es una exageración suya eso de asustarse…”
Teddy (temeroso
que Beatriz quiera matrimonio): “Sí, ¿pero su padre?”
Carlos: “¡Bah!
Astorga es un buen hombre que sólo tiene un vicio: los muchachos…”
Teddy: “¿Y
le parece poco?”
Carlos: “No,
pero… le gusta y se acabó”
Teddy
(curioso de las inclinaciones de su amigo): “Y, ¿usted?”
Carlos: “No,
no me gusta; esto es todo. Si me agradara, lo haría. Estas cosas de moral son
cuestiones de costumbres, de climas, de conveniencias… A más de que “eso” no es
sino una facultad, ya muy generalizada, de apreciar otro género de belleza a
más del femenino…” (p. 63)
Y
sorprendentemente tan parecido al mundo actual en su cinismo Wildeano del que
hablaba:
Don Pedro: “…¡amo!
Teddy o
Carlos: “¿Y a quien angelito de Dios?”
Don Pedro: “Os
diré, garzones: en una dorada tarde de enero…”
Carlos o
Teddy: “¡No me vengas! ¡Desembucha y rápido!"
Don Pedro: “Un
hermanito de Pepe Camacho… ¡Ay, Carlos! Recita algo, ¿quieres?
“Teddy y Carlos
le llenaron de insultos. Un asco, sí señor, un asco.” (p. 67)
O en la
expresión romántica de la amargura por la incomprensión social cuando Teddy le
confiesa su amor al padre de Beatriz...
“-¿No comprendes
que en esto hay una locura de la cual no puedo -¡Y no quiero!- escapar? Yo no
te pido la brutalidad de… eso que adivinas. Te pido la… cosa efusiva de dos
amigos que se estiman, se quieren, con un poco más de altura y sinceridad que
esta gente estúpida no ve en “esto” sino la brutalidad inmediata, perentoria.
Esa misma amistad de los griegos…” (p. 96)
...
La edición que tengo es: "Duque" por José Diez Canseco. Editado por PEISA. Lima, 1973. 168 páginas.
El libro fue escrito entre 1928 y 1929. La primera edición salió en Buenos Aires en 1934.