miércoles, 18 de agosto de 2010

Empezando de nuevo

Toda relación tiene sus riesgos. Y volver con un ex, que te engañó y al que has engañado, las tiene igual. Nadie tiene el secreto de las relaciones duraderas. Solo nos queda probar. Siempre probar. Y descubrir en el camino lo que irá pasando.

C. es de la selva. De una selva cercana pero arcaica, en donde el cable es reciente, el cine no existe y por lo tanto la moral solo ha estado en manos de la iglesia, de los políticos conservadores y de los comerciales de cerveza. Así que los sujetos de admiración son, aquí, qué más, los heterosexuales con dos canales, mínimo. Más que eso. Es un territorio donde la palabra homosexual no te remite más que a Fulvio Carmelo y a Paolín lin lin, desgracias persistentes del siglo XXI para nuestra sensibilidad amenazada por el estereotipo maldito que no nos deja. Realidad nada maravillosa en una provincia García Marqueziana donde el orgullo por ser único, original, diferente, no tiene de donde aferrarse.



Qué más se podía esperar entonces. C., para existir, tenía que ser imagen y semejanza de su entorno creador… adaptado a sus particulares sentimientos, claro: Chelero, futbolero e incapaz de pensar siquiera que una relación entre dos hombres pudiera ser honesta y, más difícil aún, duradera.

C., 10 años menor que yo, estaba desenamorándose de un hombre casado cuando lo conocí. Vivía con sus padres y generaba sus ingresos por su pequeña empresa, a la que le iba muy bien, pero con una socia a la que le iba muy mal.

Me enamoré de sus piernas de futbolista, de sus brazos de estibador, de su panza cervecera, de su bohemia al filo de la autodestrucción, de su personalidad alegre y triste a la vez, de su tremenda necesidad de cariño, de su brillantez (número uno en su facultad) y de su forma tropical de hacer el amor. Esto sobre todo. Ardor y desinhibición, unidos a tanta masculinidad provinciana, no son monedas corrientes en el país de los remilgos y de los cálculos fríos en donde yo y mi agenda de correos electrónicos nos habíamos refugiado.

Que me engañara con su ex al poco tiempo era algo que debía haber previsto. Que se le haga difícil dejar la costumbre de hacer contactos en el chat también. Terminamos.

Cuando volvimos, casi un año después, se empeñaba, pobrecito, en darme muestras de arrepentimiento que yo no creía ni valoraba. Se fue al frío Ayacucho conmigo un tiempo, luego, cuando volví a trabajar a Lima, me llamaba seguido y, finalmente, se mudó conmigo (su socia había terminado quitándole la empresa) cosa que tanto le había pedido antes, en el primer capítulo, pero que, hasta entonces, su miedo al qué dirán, la vecina y su mamá, lo había desanimado. Pero ahora, en el capítulo segundo, aún con todo lo que hacía, me era difícil tomarlo en serio. Lo quería, pero desconfiaba.

Los celos me amargaron, la imaginación me hacía verlo con otro cada vez que tardaba en llegar y mi incredulidad en su jurada fidelidad me hizo serle infiel, creyendo que lo sería (animado por un bizarro sentimiento justiciero) sin remordimientos. Pero no. No pasó mucho tiempo para que este Raskolnikov niupe, no confesara su crimen, pero diera muestras suficientes como para que las sospechas convirtieran la relación en una madeja de conflictos que solo por terquedad y miedo a la soledad no se terminara de devanar rápidamente. Pero igual, terminó.

Y bueno pues, quien lo diría, hace ya más de un mes empezó el tercer capítulo. El exordio del tercer capítulo digamos mejor; porque no vislumbré nada a la primera. Y es que parecía, simplemente, un encuentro más, como los varios que hemos tenido desde setiembre, cuando le pusimos con llanto y todo, el the end final, valga la redundancia, a ese largometraje del que no esperábamos secuela. Un delicioso encuentro más, claro. Igual de tierno, igual de cariñoso, lleno de deseos, de emociones que extrañábamos.

Quisiera poner como fecha de reinicio ese 2 de julio pero, aunque prácticamente no he tenido sexo con nadie más (si pues, prácticamente, porque el martes 6, sin percatarme aún que ya había empezado algo, tuve sexo con mi “heterosexual” ideal, que me buscó como hace siempre, porque tenía ganas, porque estaba cerca, porque se sentía solo o porque quería que le invitara unas cervezas, no sé), en realidad no estuve convencido hasta el viaje del feriado largo de 28.

Quizá lo más difícil, cuando no tienes aún una respuesta para “¿será la mejor decisión?”, fue tener que decirle NO al resto de hombres perfectos con los que me estaba comunicando. Incluido el heterosexual ideal, de quien no dejaba de pensar que quizá, que si algún día, que quien sabe, que de repente.

Y lo mismo con el médico que acababa de conocer, con mi amigo de provincia que me gustaba tanto, con el DJ que, aunque no tuvimos un buen comienzo, me gustaba harto, o con el osito de Trujillo por quien me moría de ganas de viajar solo para conocerlo.

Pero había que tomar una decisión.

Así que debo apuntar -aunque ninguno de los dos somos de celebrar, pero, aunque no parezca, soy romántico-, que empezamos nuevamente el 27 de julio. Alrededor de las 10 de la noche. No hubo ningún si, ningún pedido, ninguna promesa. Solo fue el momento en que llegué al paradero del bus, lo encontré con su mochila y le dije “hace cuanto tiempo que no viajábamos”…

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